jueves, 26 de julio de 2007

Contra el espontaneísmo

Hay momentos de la prosa narrativa que conmocionan, que obligan a suspender la lectura para tomar aliento, para esperar a que el alma se acomode otra vez al cuerpo, porque algo (un crujido, una grieta, un vacío) la separó un instante.

La angustia de Emma Bovary, la locura de Heathcliff, la desazón de Nené, son momentos en las vidas de otros. Pero son "otros" ficticios, cuya realidad consiste en palabras. De modo que, más admirable que el sentimiento o la emoción que evocan, es la construcción, el armado, la lógica, la combinación de piezas, única, que tiene el poder de producir la evocación.

¿Cómo se contruyen tales momentos? Hablo del estilo y pareciera que el estilo es inherente al sujeto que escribe, que emana de él espontáneamente, como un atributo más. Así como las "preguntas retóricas" me brotan cuando escribo, otros sujetos escritores tendrán sus rasgos carcterísticos que les nacen del mismo modo impensado. Sin embargo, es necesario perder la inocencia en cuanto a la espontaneidad. Creer poco en la espontaneidad y apenas en el azar.

El espontaneísmo, el azar y el "porque sí" son forjados después de muchos años de causas y consecuencias, de la suma de experiencias con el azar y los juegos, del lento y persistente aprendizaje no sistemático del estilo de los otros, de la confluencia de la palabra escrita, la palabra dicha, la palabra declamada y la palabra cantada.

De modo que sí existe una explicación, una lógica, un por qué entre la palabra allí encajada en medio de otras, y la conmoción en el alma del lector.

sábado, 14 de julio de 2007

"Esa mujer", de Rodolfo Walsh

Cuando Rodolfo Walsh es muerto en marzo de 1977, ya ha desplegado el gesto que lo fija para siempre en la memoria de la sociedad argentina: ha escrito y despachado una carta, la famosa “Carta abierta a la Junta Militar”. ¿Cómo fue que este escritor y periodista llegó a ser la voz del pueblo?
Un hito en ese camino, lo representa sin duda “Esa mujer” ,un cuento que integra el volumen Los oficios terrestres, publicado por la Editorial Jorge Álvarez en Buenos Aires en el año 1965.
En la historia, la búsqueda del cadáver de Eva Perón lleva a un periodista (el narrador) a entrevistar al militar, integrante de los servicios de inteligencia del estado, que tiene la información precisa.
El periodista - escritor, tiene en su poder ciertos datos que funcionan como contrapartida a la hora de confrontar posiciones.
En ese juego de fuerzas, el coronel nunca revela el lugar donde se encuentra el cadáver.
El Matadero, de Esteban Echeverría, relato fundacional de la literatura argentina, propone el modelo del enfrentamiento entre el joven culto, refinado, “civilizado” frente a la “barbarie” popular. La voz narradora se identifica con el humillado, el torturado, el muerto en manos de la masa inculta, reforzando de este modo la posición del intelectual frente al pueblo.
El crítico Ricardo Piglia ha observado la persistencia de este modelo a lo largo de la historia de la literatura argentina. Advierte, sin embargo, la inversión que propone Walsh en el cuento citado.
El enfrentamiento entre el poder y el pueblo vuelve a ser el eje del relato, trasladado a los años de la Revolución Libertadora.
¿Dónde está la voz popular en el cuento de Walsh? Así como el cadáver de Eva, símbolo del pueblo, permanece oculto, tampoco la voz popular aparece en el discurso de manera manifiesta; no hay discurso directo que, a la manera de Echeverría, la reproduzca. Sólo las voces del narrador (el intelectual) y del coronel. El narrador pregunta, indaga, busca; el coronel retacea, elude, niega.
Desde su lugar de autoridad dentro del discurso, el narrador asume la búsqueda del cuerpo, por el momento, infructuosa. Pero, además, asume la búsqueda de la voz del pueblo. La que le permitirá dejar de sentirse una “arrastrada, amarga olvidada sombra”.
De este modo, queda planteada la inversión modélica. El escritor argentino ha cruzado la frontera. Un cruce lleno de riesgos, tal como lo demuestra el propio destino de Walsh.
La lectura de “Esa mujer” nos propone, de este modo, reflexionar sobre esta búsqueda: la del papel que le toca desempeñar a la intelectualidad en el conflicto sobre el que se ha desarrollado buena parte de nuestra historia como Nación.

"Cabecita negra", de Germán Rozenmacher

El tema de la amenaza de lo otro

En el relato se presenta la oposición de dos “mundos”. Uno, el mundo de la gente decente, regido por la posesión de las cosas, por las comodidades, por un cierto orden, en el que el protagonista es “el señor”:

“Ahí afuera, en la calle, podían estar matándose. Pero él tenía esa casa, su refugio, donde era el dueño, donde se podía vivir en paz, donde todo estaba en su lugar, donde lo respetaban. Lo único que lo desesperaba era ese insomnio”.

El otro mundo es el de la calle. El señor Lanari comete el “error” de asomarse a ese otro mundo. La mujer borracha en la puerta del hotel, los policías.

El insomnio del señor Lanari posibilita la intrusión. La intrusión del propio señor Lanari, que es confundido con otro, que no es reconocido, aunque muestre sus documentos. Es un mundo donde rigen otras leyes. A su vez, la confusión genera otra intrusión: La de los “cabecitas negras” en la casa (“el refugio”) del señor Lanari.
Las posesiones, los objetos son violados por los invasores: la cama, la biblioteca.

¿Cómo funciona la tradición discursiva civilización/barbarie inaugurada por “El Matadero” en el cuento de Rozenmacher?

El civilizado (el joven unitario, el señor Lanari) se aventura (por equivocación, por curiosidad) en territorio de la “barbarie”. Es insultado, es humillado, es victimizado).
El discurso formal es contestado con vulgaridad y con golpes. Hasta aquí podemos seguir líneas paralelas.
Pero hay un punto en que las líneas se separan.
El héroe victimizado no muere aullando su dignidad como en Echeverría. Su “torturador” lo suelta apenas se comprueba el error. (“Ese no es, José”).
Y apenas recobra la lucidez, corre a comprobar si sus posesiones están intactas.

Y hay algo más: el uso del discurso indirecto transparenta para los lectores el pensamiento del personaje: satisfacción de sí mismo, temor al ridículo, aspiración a ascender socialmente, carencia de escrúpulos.
El punto de vista elegido por el narrador apunta a la degradación del héroe y no a su ensalzamiento.
El relato gira hacia la parodia de la tradición literaria.

Contra el hábito de la lectura

"El hábito de la lectura no existe. Nadie que pretenda convertir a la lectura en un hábito puede transmitir ese placer loco, ese vicio profundamente asocial. Mientras leemos, estamos ausentes. La lectura no se comparte, no es posible convertirla en una actividad conjunta y socializada, es una relación privada y secreta, de amor, de deseo, de penetración y de muerte. Los hombres vivimos como si fuéramos inmortales. La literatura nos recuerda que ninguna historia humana termina bien. Y al mismo tiempo, nos sirve para sumergirnos una vez más en la ilusión de la eternidad."



Ana María Shua